Millones, millones de flores para ella

Por Monse Quezada
La diferencia entre un cantautor y otro no tiene que ver con su música. Es decir, claro que se manifiesta en ésta, pero tiene su epicentro en las vivencias de cada uno. Por eso, aunque a simple oído Camila Moreno pueda parecer una más de la camada de nuevas voces folk-indie-rock-pop chilenas, lo cierto es que tiene ese no sé qué que, por lo menos a mí, me parece que será más trascendental de lo que se cree.

Fue una vez que leyendo por aquí y por allá en páginas de música en Internet me encontré con esta chilena que ama a Jodorowsky, que vivió en Francia trabajando como temporera, que se fue a recorrer Sudamérica con su grupo folklórico Las Polleritas, con las que tuvo que cantar y componer para poder sobrevivir y llegar a conocer el Titicaca. Además, sus influencias principales son Violeta Parra y Björk, y nadie con gustos tan dispares (y similares a la vez) puede ser malo, ¿no? Incluso se fue a Islandia para conocer el ambiente de la última. Con todas estas increíbles referencias escritas, me fui al invento más revolucionario de la industria musical desde las caderas de Pelvis y la escuché en su Myspace. Encontré un sitio muy menjunjiano y supe que no sería la primera vez que clickearía ahí para recordarme que todavía hay esperanza.

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